miércoles, 16 de mayo de 2012

Leer entre gritos



La forma en que se dio el rechazo a Enrique Peña Nieto en la Ibero, que sí fue violenta; además de concretar ese rechazo implica la urgencia de los nuevos ciudadanos de entrar en el diálogo sin las coartadas de nuestro sistema: sin las cortesías, eufemismos, silencios e hipocresías de los periodistas que fungimos como intermediarios entre la gente y los servidores públicos.

El mensaje de los estudiantes fue claro y contundente: “no a la candidatura de Enrique Peña Nieto”, pero al emitirlo, los jóvenes explotaron en contra de lo que casi todo México identifica como la política.

¿La política?, no: códigos que embadurnan la verdad hasta hacerla irreconocible, farsa mediática que a todos los mexicanos nos cuesta en millones y millones de dólares , modelo desnudista que se hace pasar por ignorante, IFE que prefiere asumirse inepto antes que ser descubierto en su corrupción, y ese productor televisivo que se dice engañado por una edecán exhibicionista y abusiva.

Los estudiantes de la Ibero, rompieron la burbuja que cobija el discurso de los representantes políticos, abrieron una puerta a la vista de todo México y esto seguramente va a trastocar la comunicación política.

La información necesaria para emitir un voto en un estado democrático como el que se nos ha vendido y ahora estamos persiguiendo, es imposible de recibirse en una campaña electoral, porque la mayoría de los mexicanos carecemos de la educación, la libertad de expresión y la paz que permitirían leer y responder críticamente los mensajes de quienes pretenden representarnos.

Hace quince años un candidato a la presidencia fue asesinado en pleno acto de campaña, y ahora que el poder es peleado entre fuerzas económicas incluso ilegales como la del narcotráfico, no podemos fingir que somos libres de elegir y que nuestras elecciones son una “fiesta de la democracia”.

Nuestra democracia no está en pañales, la metáfora resulta pusilánime e incorrecta, porque acaso está en nuestras mentes, se vislumbra en sucesos como el de la Ibero, en algunos ejercicios periodísticos que a veces pasan por la cárcel y otras van a la tumba; y no es un patrimonio exclusivo del IFE ni de las campañas ni del acto voluntario e individual de votar o no votar.

A partir de ahora no nada más Enrique Peña Nieto y su partido están sujetos a esta forma de diálogo que nace en México: todos los candidatos y todos los políticos tienen que aprender que el poder no es suyo y que la política no se finge.

martes, 21 de febrero de 2012

La droga es inocente


Soy afortunada por el magnífico padre que tengo, lo admiro muchísimo y escribiría cientos de páginas hablando de sus logros y sus virtudes, pero lo que aquí interesa es su capacidad de escuchar: lo que está pasando en México nos ha llevado a tener varias pláticas acerca de las drogas y las adicciones en general, no ha sido sencillo porque obviamente crecimos en circunstancias muy distintas y él, hace más de treinta años decidió dejar de beber alcohol porque se dio cuenta de que su vida estaba en peligro, habiendo logrado mantenerse sobrio desde entonces.

Ahora que se discute la legalización de las drogas (dejando de lado el que portarla para consumo personal no es delito, pues la producción y comercio lo sigue siendo) algunos de los mexicanos que nunca se han cuestionado la prohibición de esos productos empiezan a mirar hacia la propuesta de legalizar totalmente, en primer término la mariguana y con un poco menos de fuerza, el resto de las drogas.

Esta discusión encuentra un tope cuando se trata de los daños totalmente verificables que un ser humano puede hacerse usando drogas. Nadie quiere que su hijo, su padre o su hermano se vea de ninguna manera perjudicado por el consumo de drogas, ni legales ni ilegales. Pero además ningún buen ciudadano está dispuesto a soportar que un familiar o amigo suyo se vea relacionado con la masa informe de connotaciones que tiene el consumo de la droga ilegal: delincuencia, maldad, inconsciencia, irresponsabilidad, miseria…

En cuanto a lo primero, yo he insistido por años en que mi relación con el alcohol es diferente a la de mi padre, porque yo no busco hacerme daño, pero después de dedicarle unas horas a hablar del asunto, puedo pensar que tal vez no seamos tan diferentes, y no es que en mi consumo de alcohol haya una intención subconsciente de dañar mi salud, sino que en el fondo, lo que buscamos es, como bien apunta mi padre, la evasión de una realidad con la que no estamos conformes.

Es verdad, aunque yo prefiero no llamarle una evasión sino un cambio de punto de vista. Parecerá un eufemismo, pero no veo porqué nombrar con esa carga de irresponsabilidad y debilidad a mis intentos – a veces exitosos, otras no – de recordar que mis preocupaciones no son tan graves como me parecen en principio, que mis problemas tienen solución y para intentar esa solución necesito paciencia. No todos los problemas tienen solución, y esto también puede ser difícil de aceptar, pero ese no es el tema.

Al faltarnos información sobre el consumo de las drogas, y al negarnos una reflexión al respecto, hemos dejado en la ignorancia a los que han recurrido a cualquier medio de “evasión”, legal o no legal, para sobrellevar su vida. De manera que el mundo está lleno de personas que terminan “evadiendo” compulsivamente, ya sea con mariguana o con cocaína, o con alcohol o con música, con comida, con cocina, con deportes, televisión, redes sociales, compras, con apuestas, con “arte taurino”, con cualquier afición llevada al culto, o con el suicidio.

Todo eso sirve a los humanos para evadirse, pero todas esas cosas ni juntas resolverían nuestros problemas. Vamos dividiendo los efectos de las drogas y el uso que les damos, y empecemos por aclarar que nuestro problema con las drogas es que la enajenación es más evidente pues el uso de droga tiende a considerarse enajenado siempre. 

El que usa drogas es identificado como un ser humano y un ciudadano de segunda, porque renuncia a las convenciones sociales de lo que somos, lo que queremos ser como sociedad. Pierde su dignidad porque ante todos pierde su “derecho legítimo” a decidir incluso sobre sí mismo, y sus opiniones no cuentan, “no se puede contar con él”, es relegado y discriminado.

Así fue por muchos años y así sigue siendo en la mente y en la vida de muchos mexicanos, ¿pero cuándo aceptamos estas convenciones?, ¿quién nos avisó que al aceptarlas, perdemos derecho a estar inconformes con la realidad o con la percepción individual que tenemos de ella?, ¿en qué medida el efecto de cada droga afecta la idea de sociedad que la gente alrededor del que consume busca? La verdad es que no conocemos los efectos de las drogas como para reprobarlos; conocemos el abuso, pero el consumo en sí lo marginamos y lo ignoramos del todo: oficialmente, en esta sociedad no se estudian los efectos positivos de las drogas que ahora son ilegales y no existe una noción de su consumo responsable.

Pero el que lo ignoremos no quiere decir que no existe, y ahora la droga es un problema porque en vez de conocer, nos hemos formado en el desconocimiento. Los problemas de la sociedad no se resuelven con drogas, no; los problemas de una persona no se resuelven con drogas, también es cierto, pero el derecho a pensar distinto lo tenemos todos y deberíamos también tener derecho a conocer y decidir la forma en que hemos de divertirnos, recrearnos, pensar y comunicarnos sin dañar a los demás y a nuestra propia vida, sin que nuestras aficiones impliquen un negocio sucio y sin que la marginación nos lleve a la confusión de asumirnos débiles, malos seres humanos e indignos de pensar, de hablar, de trabajar y de superar nuestros problemas.