viernes, 15 de julio de 2022

Sobre Redactario, de Eric A. Araya

*Texto leído en la presentación del libro "Redactario, Sencillas recetas para redactar con soltura y distinción", del autor Eric A. Araya, en la ciudad de Querétaro.

En tanto que mi historia como usuaria del español no puede ser totalmente ajena a la de cualquier otro, permítanme comenzar con ella.

Yo era muy pequeña cuando empecé a preocuparme por el efecto de mis escritos en los demás. Tal vez mi falta de entereza en la adultez para formarme en donde hay que formarse cuando se trata de publicar, viene precisamente de las ambiciones y los fracasos que atravesé cuando participaba apasionadamente en los concursos de composición de mi primaria. (Aclaro para los jóvenes presentes: los concursos de ensayo en las primarias de los ochenta, se llamaban "de composición". A la bandera, A los maestros, etcétera). En algún momento abandoné las competencias, pero entonces, el vicio de escribir, ya lo tenía muy arraigado.

Tengo la impresión de haber recibido una formación sólida en materia de gramática. Puede ser que esas primeras clases de Español hayan encontrado resonancia en mí dado que había empezado a leer por gusto para entonces. Un año escolar tras otro recibí la misma información en el aula. Cada año, ante la repetición de esas nociones, era evidente para mí que la mayoría de mis compañeros aún no las adquirían. No recuerdo haberme preguntado por qué, al contrario, disfrutaba dominar el tema de clase y no extrañaba conocer su utilidad en el mundo.

A los doce años (por ahí), me convertí en fanática de una banda de pop llamada Roxette. Eran suecos pero cantaban en inglés. Pasaba las tardes tratando de entender sus letras, verso por verso, con ayuda de un diccionario inglés-español, gordo y grande como La biblia. Así aprendí a distinguir verbos y sustantivos del inglés, lo cual me hizo fuerte en el curso escolar del idioma, pero además significó un nuevo arraigo con el funcionamiento de mi propia lengua. 

Cuando se trataba de redactar, tenía el éxito asegurado. Me convertí en escritora fantasma de las cartas que mis amigas de la prepa regalaban a sus novios (previa entrevista con la firmante, no estamos hablando de ningún acto inmoral). 

Decidí buscar el título de Licenciada en Periodismo, y antes de empezar el curso era reportera en la única televisora local. A pesar de mi experiencia y conocimientos, llegué a ese empleo escribiendo 'iba', del verbo 'ir', con hache; y hache, de la letra, sin h; por ejemplo. Aprendí a ser corregida a ese respecto. Pero cuando quería escribir algo más que una noticia, me metía en un abismo de oraciones subordinadas de intenciones tan elegantes como efectos incomprensibles. Años solitarios de frustración y dolor de cabeza. La enfermedad se fue curando conforme alcancé conceptos tipo intención comunicativa o contexto de la emisión (por ejemplo) que me permitieron hacer de la escritura un acto ordenado sin dejar de ser yo, que era mi pretexto para seguir en aquel oscurantismo.

Como maestra de lengua y literatura en educación básica, y de español como lengua extranjera; así como en la corrección de estilo y en mi propio trabajo de creación literaria, me ha preocupado cuán ajena es la industria de la educación a los problemas de los usuarios de esta lengua, como si ellos mismos no pretendieran serlo. Es increíble. Nacen y mueren generaciones completas de enseñantes y aprendientes que pasan su vida desorientados sobre las posibilidades de su lengua materna. 

En este contexto aparece el Redactario de Eric A. Araya: un acceso fluido y amigable y eficaz a una verdadera apropiación de la lengua. A pesar de ser un documento instructivo, su lenguaje nos revela un carácter, una persona que nos entiende, que está en el mismo mundo que nosotros. Propicia el evento educativo, el aprendizaje, o como gusten llamarlo.

El orden en que Redactario nos ofrece la información, está dado por el sentido práctico de la información. Sabemos que estos datos son para nosotros, porque nos son oportunos. En su voz abstracta es bastante claro y también utiliza con acierto textos de los autores que conocemos, con lo que termina por demostrarnos que las necesidades expresivas de Camus, Murakami y Borges, tienen las mismas herramientas que las nuestras, que no existe ningún impedimento legal para que nos apropiemos de esta lengua nuestra. Un libro así, se agradece, se recomienda y, por supuesto, se disfruta. 

Enhorabuena.